martes, 9 de julio de 2019

VIEJOS VERDES-VIEJOS ROJOS

VIEJOS VERDES-VIEJOS ROJOS




VIEJOS VERDES, VIEJOS ROJOS, VIEJOS VIVOS

Cuando el homo-sapiens demostró serlo, cuando hizo el mejor uso posible de su cabeza, fue cuando se dio cuenta de que todos los individuos del grupo tenían las mismas necesidades y que por tanto el resolverlas en común era lo natural y lo práctico, en vez del sálvese quien pueda del capitalismo.

En aquella época -la que podemos bautizar como del “comunismo primitivo”, pues resolvían en común los problemas que tenían en común es en la que debemos de fijarnos para entender lo que hoy día necesitan las personas mayores.

¿Y qué hacían nuestros antepasados entonces? Primero considerar el trabajo un deber-no un derecho-y en consecuencia repartirlo para que no fuera una carga para nadie en particular

Otra cosa que hacían era que nadie trabajaba para otro, porque todos trabajaban para todos.

Y por último tenían claro que quien no podía trabajar debía de vivir igual de bien que quien sí pudiera.

Por eso, los enfermos o lesionados, los menores, por razón de su fragilidad, y los ancianos no ágiles, recibían lo mismo que recibían quienes trabajaban, es decir, casa, comida, cuidados, compañía

Es decir lo que generaba el derecho a no trabajar era la evidencia de que no se podía realizar un trabajo, y al tiempo, el no trabajar no suponía ninguna degradación en el nivel de vida de esa persona

Sin embargo, la aparición de la propiedad privada que luego fue semilla del actual capitalismo, hizo que el sistema jugara a dividir a las personas por sexos, por países, por razas,por religiones....., y también, cómo no, por edades.

La idea de hacer creer a las gentes que eran distintas unas de otras buscaba, como finalidad oculta, borrar todo vestigio de aquel pasado comunista, se trataba y trata de poner en práctica el viejo dicho de “divide y vencerás”

Se establecieron entonces “fronteras” basadas en la edad, asignándole a cada edad unas tareas y funciones de las que salirse debería suponer un coste social; sirva de ejemplo el dicho, “viejo verde”, que no pretende otra cosa que cortar las alas de los apetitos sexuales a partir de cierto número de años, lo mismo que para las mujeres ese tipo de represión se hacía extensible a cualquier época de su vida.

Por tanto debe nacer el viejo rojo; y el “viejo rojo” debe reivindicar lo que disfrutaron nuestros mayores en aquellas inteligentes tribus. 

Debe reivindicar que no por dejar de trabajar debe de perder potencia de vida de cuando trabajaba; es decir, las pensiones deben estar bien pagadas; debe reivindicar que si está físicamente bien tiene derecho a una calidad de vida y de opciones, como cualquier otro miembro activo de la sociedad, es decir nada de marginaciones sociales

Y por último, debe pedir, porque más pronto o tarde ocurrirá que sufra algún deterioro físico o psíquico, suficientes organismo públicos como para que sea curado, si está enfermo; protegido, si no tiene familia o le es difícil vivir en soledad, y lugares que le permitan sentirse a gusto, así como ciudades con zonas peatonales, jardines, lugares de esparcimiento etc.

Y todo ello sin que suponga merma en sus ingresos o que esa merma no quiebre su calidad de vida anterior si mereció la pena.

Y si no la tuvo- la calidad de vida merecida- la jubilación debería suponer que empieza ya y por fin, de una vez, una buena etapa; sin preocupaciones materiales, sin preocupaciones médicas, sin miedo al futuro. 

Que las personas cuantos más años tengan más vivas se sientan, esa es la receta, y la medicina de sobra conocida.

Por cierto, sobre el más allá, nada debe temerse, no es más que la misma sensación de esas siestas de las que te despiertas sin saber dónde estuviste; sólo que no te despiertas, y ¿cuándo fue mala la siesta?

Nazca pues una generación de viejos rojos que reivindiquen sin complejos lo que sin complejos ya tuvieron los mayores de aquellas tribus en las que imperaba “el todos para uno, uno para todos”.

Ello es posible, sólo hay que ponerse a ello, a pedir y a rebelarse si es preciso

FRANCISCO MOLINA

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