DON QUIJOTE DE LA PANZA
Mucho se especula sobre dónde puede estar el éxito de El Quijote. Vaya esta versión. Teniendo en cuenta que los que no lo han leído sólo son superados por los que no lo han hecho con la Constitución Europea, debemos de convenir que el encanto de los personajes está en lo que la gente ha oído de cada uno.
Don Alonso de Quijano es alguien que ha perdido la cabeza por leer tantísimos libros de caballería, y eso le hace considerarse un Caballero Andante que confunde gigantes con molinos y la realidad con la fantasía. Sin embargo, se piensa de Sancho que es alguien muy del pueblo, y por tanto práctico, sensato y leal.
Siendo como son buenas personas, no debe sorprender que caigan tan bien, cuando sin embargo, al ser tan diferentes, alguno debería “caernos gordo” ¿Dónde está la razón de que siendo tan opuestos nos produzcan ternura los dos? En que a ambos los llevamos dentro de nosotros, ya que cada uno de nosostros es, para su desgracia, un Quijote de la Panza .
Si don Quijote, por la gran cantidad de libros que leyó, acabó mal del coco; no es de extrañar que los demás estemos como un cencerro, pues si bien es verdad que no hemos leído tanto de una misma cosa, más cierto es que “nos leen” bobadas sin fin, desde que nacemos hasta nuestros días y sin parar. Consecuencia, que así andamos, que confundimos molinos de viento con gigantes y lo que es peor gigantes con molinos de viento. Es decir estamos alienados, osease, como una cabra.
Y sin embargo, al tiempo, estamos cuerdos, pues todos llevamos dentro, mal que les pese a quienes mandan, algo de sanchopanzas. Se trata de ese carácter cazurro que nos dan nuestros instintos de supervivencia y placer. Instintos que nos hacen percibir que, aunque siervos y escuderos del Caballero de la Mancha en que nos han convertido, la vida debe ser otra cosa y los asuntos ser tratados de manera distinta.
Cojamos, para que se vea mejor, el caso del matrimonio: Nació esta institución para doblegar a las mujeres, que tras descubrir que los niños no venían de París, se negaron a seguir como antes, “pariendo sin parar”. Ante eso, los machos, por razones económicas, las convierten en objetos y se las adjudican según las reglas del mercado; siendo adquiridas para que den coyunda, hijos y cuidados. Ha nacido el machismo.
Mantener este tipo de dominación por la fuerza era difícil; hubo pues que inventar una filosofía que la justificara (hoy día, las más acérrimas defensoras de la fidelidad, cosa inventada contra ellas, son las mujeres). Las religiones, que son libros “que nos leen”, como se hace comer a los patos, sin parar, nos han sentado igual que los libros de caballerías a Quijote, y ahora, como él, vemos las cosas cambiadas. Resultando que creemos que este tipo de uniones, “que no debe separar el hombre”, son lo natural, cuando no hay nada más alejado de la vida sana, como prueban las continuas situaciones escabrosas que por ahí pululan a causa de nuestro otro yo, el Sanchopanza, el del sentido común, que no puede evitar ver lo que ve.
Por tanto, tiene razón la Jerarquía Eclesiástica cuando dice que el matrimonio es sólo para hombre y mujer, se diga lo que se diga. Ocurre no obstante que, desde hace unos siglos, nos han empezado a leer los libros de caballerías del “amor”, y ahora la gente, cuando tiene un subidón con alguien que le va, dice que está enamorada. Consecuencia, ya nadie sabe si son molinos o son gigantes y en consecuencia, los y las homosexuales, cuando se encaprichan de alguien, como encima dan ventajas económicas, se quieren casar. Reclamando así su legítimo derecho a estar tan locos como los que ya se casan.
Todos somos sanchopanza, pero con un hábil lavado de cerebro nos han convertido en el Caballero de la Triste Figura; fruto del aburrimiento y el vivir un sucedáneo de vida. FRANCISCO MOLINA
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