miércoles, 4 de septiembre de 2019

Violeta Guarido Rivera. Inolvidada

domingo, 3 de mayo de 2015


VIOLETA GUARIDO RIVERA. INOLVIDADA

Yo he conocido una violeta roja.

Siendo lo excepcional, no el que fuera violeta y roja, sino su especial y tan singular valía.

Yo he conocido una violeta roja

La primera vez que la vi, ella tenía 3 años. Iba cogida al poncho de su mama (sin acento) que llevaba a su otra hija en brazos. “Qué niña más guapísima eres”. Y su madre (feliz y con guasa): “Es que las mis hijas son muy guapas: mira qué ojos tiene su hermana”.

Yo he conocido una violeta roja.

Que con su hermanilla y ella muy niña aún, anunciaban emocionadas a sus padres, allá en el Camping del Folgoso, que iban a dormir en el coche de Molina (un 150 acoplable en refugio abatiendo los asientos traseros). Aventura que no pasaba de los 20 minutos pues reclamaban enseguida ir al cobijo de la tienda paterna ante la oscuridad de las noches del Lago.

Yo he conocido una violeta roja.

Y la he visto crecer, cumpleaños a cumpleaños, reyes a reyes, palmo a palmo, mientras ella tal vez dedujera, al ver lo que veía, que en toda casa hay un adosado que ya ni se  sabe si es de la familia.

Yo he conocido una violeta roja.

Cuando forjaba su carácter (su buen carácter), y su fuerza espiritual (su buena fuerza) compitiendo en gimnasia rítmica. Cuando forjaba su dulzura, ganando premios sin saberlo, con la Murga “Las Comadres” (ella una cincuentava parte) y luego las abucheaban, entre el desconcierto de las más cativas, a la hora de recoger los premios, porque siempre ganaban.

Yo he conocido una violeta roja.

Y ni se, ni me importa, cómo se fue tornando roja. Tal vez por suave ósmosis de experiencias, afectos y convicción. Como cuando llegaban, ocupado el cuartel, aún niñas, a media tarde, de la mano de su acogedora abuela, y metiéndose en la asamblea ciudadana: preguntaba: “¿Por dónde se van ya? ¿Por Gabriel Guijosa?”, pues día tras día se reproducía, sin darnos cuenta (ella si) el turno de intervenciones.

Yo he conocido una violeta roja.

De cuya inteligencia y buen trabajo son testigos incuestionables  sus soberbios expedientes académicos y curriculums profesionales.

Yo he conocido una violeta roja.

De cuya ternura, encanto, lealtad y entrañable compañía dan fe notarial sus innumerables e inquebrantables amistades.

Yo he conocido una violeta roja.

A la que la última vez que vi, cerca de la casa de sus padres,  consulté (era psicóloga) sobre la mitomanía (enfermedad de quienes mienten sin parar), o quizá la última fue en la Cena de los Inocentes, a la que solía ir con ese resplandor, en su cara tan bonita, de su dulce sonrisa.

Yo he conocido una violeta roja.

Y cuando desde una institución me dijeron de si enviar flores, respondí, como si algo pudiera parar el dolor: “Cuantas más muestras de cariño mejor”.

Yo he conocido una violeta roja.

Cuyo barco del adiós, hecho de una madera de luminosa claridad, navegó sobre un océano de flores de infinitos colores, y lágrimas y respeto de corazones hundidos; mientras su madre (Laura Rivera Carnicero) le cantaba “Si se calla el cantor calla la vida”, y su padre (Francisco Guarido Viñuela) agarraba su silencio con los puños.

Yo he conocido una violeta roja.

Y por esa misma extraña razón que algunos ponen en sus despachos fotos con gente importante, para sentirse importantes ellos, por esa misma razón, quiero sentirme importante, presumiendo, y qué orgullo, de que yo he conocido una Violeta inigualable.

Preciosa. Bellamente preciosa. Inolvidada.

Paco Molina. Zamora. Mayo del 2015

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