……..alguien me pidió un cuento…
……..alguien me pidió un cuento…
MELENA
CORTA
Se había levantado
con un humor de futbolista que ha fallado un penalti.
Se lavó tan maquinal
y tan desganadamente que ni siquiera era aún consciente de que era mujer.
Así, siguió haciendo
esas cosas que se repiten tanto todos los días que no reparamos en ellas, de la
misma manera en que no reparamos en ese cuadro que tanto nos gustó al comprarlo
y hoy se olvida, colgado de un clavo, en la mejor pared de la casa.
Y le tocó el turno a
una tarea también diaria: ponerse las lentillas. En cuanto acabó y levantó la
cabeza, su corta melena cayó hacia atrás y el espejo del dormitorio se iluminó
con su cuerpo: un cuerpo precioso que por serlo resplandecía.
Precioso por
todo, por el tono y la suavidad de la piel, por la proporción de las curvas y
por la sensualidad de sus misterios.
Al verse así, tan
desnuda, se empezó a sentir bien, así
que se puso su mejor sonrisa, conectó “los cuarenta principales” y mientras se movía
en pista de discoteca, empezó a revolver
cajones: buscó su ropa interior más íntima, su falda más favorecedora y esa
blusa comprada ayer para seducir siempre.
Mientras se ajustaba
las bragas dudó si ponerse sujetador.
ERA UNA LOCURA PERO
TENÍA QUE HACERLA.
Optó, y la blusa pasó a ser lo único que se
apoyaba sobre sus finos y bonitos pechos.
Se repasó en el otro
espejo, el del cuarto de baño.
Los
pezones se le notaban y eran evidentes hasta para un vendedor de la
ONCE.
ERA UNA LOCURA PERO
TENÍA QUE HACERLA.
La chaqueta sport
evitó que fuera excomulgada por la asistenta, que mientras le ponía el desayuno
insinuó que tenía problemas con el novio.
El portero y sus
cincuenta años la miraron sin miramientos, cuando, creyendo estar sola, se le
ocurrió comprobar si llevaba bien puestas las medias.
El otoño es una
buena época para que caiga la hoja y para que caigan los prejuicios.
Ha pasado el verano
dejándonos una resaca de libertad y la proximidad del invierno nos recuerda que
la vida se nos escapa de las manos a poco que nos descuidemos.
En el taxi notó que
el conductor le daba sobresaliente pues no perdía oportunidad de observarla por
el retrovisor. Ello le halagó de una manera especial, pues en aquel espejo en
cinemascope sólo se veía su cara: Soy guapa, pensó sin rubor, pero sin
tontería.
Las amigas del
colegio son como los pedazos de cristal de un vaso cuando cae haciéndose
añicos, cada uno sale en una dirección acabando en los sitios más
insospechados.
Con las compañeras
de bachillerato de Amancia había ocurrido lo mismo y hoy, al dirigirse al
domicilio de la más descarriada, se alegraba de que hubiera sido así.
Sonia había sido
aquella niña del curso que, cuando todas se angustiaban por un examen,
concertaba una cita para ir en moto; que cuando todas tenían que regresar a
casa interrumpiendo una fiesta, seguía en un rincón besándose con su novio.
Ahora, después de veinte
años, redescubrir a Sonia fue como descubrir un desfiladero que conduce a un
valle que siempre había soñado/querido/necesitado/asustado, visitar.
Sonia, tras mirarla
de arriba a abajo, la encontró encantadora y se lo dijo con un par de
familiares y sonoros besos. “Vamos, no te pesará”.
Cuando el coche de
Sonia pasó junto al Instituto en que estudiaba uno de sus hijos, Amancia sintió
dudas, pero recordó que antes que madres, antes que esposas, antes que nada,
las personas deben ser personas y ella como mujer, antes que nada, debía ser
mujer.
ERA
UNA LOCURA PERO TENÍA QUE HACERLA.
Y
lo hizo, se decía así misma, mientras aquellos tres chinos la desnudaban y
acariciaban turbadoramente. No quedaba otro remedio, o se engañaba así misma o
engañaba a su marido, y eligió lo segundo; siempre había fantaseado con que la
amaban tres hombres a la vez.
Cuando
por la noche su marido le preguntó: “¿Qué has hecho hoy?”, ella, aún rebosando
placer, le contestó: ”El amor con tres hombres”, a lo que su esposo replicó, “ANDA,
CUENTAME OTRO CUENTO CHINO”.
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