LA ENSEÑANZA DE LA ENSEÑANZA
Si Mayo es el mes de la flores, Junio es el mes de las calabazas, sin duda alguna.
En él, a miles de familias les llega de manos de sus retoños, la parte correspondiente de la cosecha de calabazas del curso en curso.
Vuelve el crujir de dientes y el no menos crujir del “fracaso escolar”.
Ya en más de una ocasión se ha dicho, aunque hasta ahora con poco eco, que el tal coscorrón de ilusiones proviene de las excesivas exigencias que el sistema (no el profesorado) impone a alumnas y alumnos, al sobrecargar sus vidas de horas de clase, sus mentes de exceso de asignaturas y sus aptitudes de exceso de temas a aprender.
Se sigue manteniendo esa tesis y se sigue diciendo que hasta que los alumnos/as no estallen pidiendo más sentido común a los planes de estudio la cosa no tendrá solución.
Y no la tendrá porque, fíjense lo que están haciendo, mientras, las llamadas partes implicadas.
Los burócratas del Ministerio de Educación (MEC):
Estas buenas gentes, para justificar su tarea, se inventan, además de unas cosas hoy llamadas diseños curriculares (que luego modificarán según las presiones que sufran de profesores, Iglesia o grupos de élite), se inventan, decía, leyecitas de régimen interno.
Sirvan de ejemplo dos lindezas: Una, según ellos, un alumno que no haya superado la asignatura X en un curso, tiene prohibido aprobarla en el siguiente porque no es lógico (dicen).
(Comentario: y si ocurre, si se da el caso, en la naturaleza, de alguien que puede aprobar el inglés de 2º sin tener pasado el de primero ¿por qué evitarlo con una norma?).
Otro ejemplo de incongruencia: La LOGSE está aprobada por el Parlamento como Ley; pues bueno, en vez de ponerla en marcha, ya que se considera (por ellos) que es buena, van y piden centros voluntarios para que la experimenten (primera simpleza, pues, ¿qué sentido tiene experimentar lo que ya está diseñado?); pero hay mas, resulta que el experimento es imposible, puesto que el rasgo principal de los nuevos estudios radica en que extiende la enseñanza gratuita y obligatoria desde los 14 hasta los 16 años; siendo así, dígase cómo se puede experimentar con alumnos que son todos voluntarios, pues solo se matriculan de ella los que quieren.
Queda pues claro que los señores de los despachos no saben cómo hincar el diente al fracaso de su sistema (escolar, para los padres).
Los profesores:
Al ser unos 300.000, entre ellos hay de todo, pero que ello no haga creer que tienen la menor culpa del dislate; es más, levantan tanto la mano en las evaluaciones (gesto de generosidad) que si así no fuera habría de hablarse de “tragedia escolar”, más que de fracaso.
Lo que ocurre es que los profesores barren, como todo humano, para casa y, claro, no quieren ni oír hablar de reducir asignaturas porque, ¿y si quiten la suya?; no quieren ni hablar de reducción de horas de clase porque ¿y si así hay menos plazas para los posibles traslados?, y tampoco desean reducción de programas por temor a que luego todo sea tan sencillo que le paguen menos (ante todo, hay que darse (pisto»).
Las centrales sindicales:
Aquí había que marcar diferencias (aunque cada vez menos, por desgracia), pero en lo esencial coinciden.
¿En qué? En que combaten para conseguir más pasta para sus cuerpos, y como pedir dinero les da vergüenza (son gentes con estudio) lo arropan con mejoras de las condiciones de trabajo (dinero indirecto) y sobre todo con lo que llaman mejoras para impulsar la “calidad de la enseñanza”, siendo la más sorprendente de esas peticiones la continua afirmación de que son necesarios cursos de reciclaje del profesorado, programas de formación permanente de éste, y otras lindezas por el estilo; que menos mal que la sociedad es una despistada de tomo y lomo, que si no la conclusión sería nefasta:
¿Que han suspendido a mi niño? Pues claro, pero es que el profesor es un incompetente que no va a los cursos de perfeccionamiento, que lo dicen hasta sus propios sindicatos. Que necesitan aprender.
Bueno, pues eso. En esas cositas está el profesorado organizado y, claro, que no le hablen de reducir “los trabajos forzados” a los que están condenados los alumnos.
Los centros de profesores (CEPS), los psicólogos y los pedagogos:
Por aquí podría venir la confirmación técnica de la sobrecarga que sufren chicas y chicos, pues podrían unos verificar si algún profesor da el programa completo (se conserva el mismo programa de hace tres años, cuando las clases eran de una hora, cuando las actuales son de cincuenta minutos. ¡Chúpate esa! ); los otros, si son psicólogos, creen que el de coeficiente bajo es el que no puede con lo que le ponen encima (si el cliente trabaja lo defienden diciendo que pone interés, pero si el maula es “normal” y no asimila es porque no lleva ¡8 asignaturas!, según el nuevo bachillerato, y bueno, los pedagogos creen, según indican sus técnicas, que es que no se sabe motivar al alumnado (el padrenuestro lo aprendió toquisqui con tres motivaciones: si no lo sabías ibas al infierno, era una cosa corta (asequible) y, una vez aprendido, producía, como todo conocimiento nuevo, placer.
¿Por qué no puede ser esa la motivación genérica de los contenidos que han de aprender los chicos?
Los padres y las madres:
En general, creen que sus descendientes son unos genios incomprendidos y que si no aprueban es porque tal profesor le tenía manía, tal otro era un incompetente y, si se tercia, el de mas allá es un borracho.
Algunos padres cambian el punto de mira y le echan toda la culpa a su hijo que no coge un libro (no se preguntan por qué no lo hace, ni desde cuándo no lo hace; y si cuando aprende cualquier cosa disfruta o no).
De los hijos de los demás y su fracaso lo resume en un “es que lo que pasa es que ahora todo el mundo quiere estudiar y no todos valen” (por no extendernos más simplemente, piénsese en: ¿por que también se va mal en la enseñanza obligatoria?).
Los alumnos y las alumnas:
Ellos saben que no estudian. Hace tiempo que, como en cualquier juego, no practican lo que se les da mal, no estudian lo que no les gusta ( que es lo que no entienden) pero curran algo más lo que asimilan; lo que confirma que no están negados para el aprendizaje.
También han percibido que si estudiaran como es debido poco tiempo les quedaría para crecer.
Tienen pues una impresión de sí mismos negativa y, por tanto, conceptuándose como vagos, no tienen valor para pedir que les reduzcan la jornada de trabajo (cosa que sus padres hacen con todo el morro, y hacen bien), ni que les quiten asignaturas, ni temas que difícilmente se dan.
Su sentimiento de culpa les acompleja y paraliza.
Así está el patio, pero... en Francia, este pasado curso, ya hubo un brote de protesta estudiantil contra la sobrecarga de los programas, lo que puede ser el primer clarín de la solución.
No puede existir otro objetivo general de la enseñanza que el hacer que les guste aprender.
FRANCISCO MOLINA. El Correo de Zamora. 21 de Julio de 1991
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