Hoy a que apostar con decisión, firmeza y rigor democrático por la reducción del tiempo de trabajo de cada persona, pero manteniendo el salario (ojo a la última idea de las mentes liberales que para mantener el paro en torno a cifras de tumor benigno ya van hablando de reducir la jornada pero reduciendo a la vez el sueldo, es decir , pidiendo a los trabajadores solidaridad para con los trabajadores al tiempo que ellos siguen siendo insolidarios mientras viajan en la carroza de oro de la explotación).
Recuérdese que el empresario obtiene plusvalía (dinero de regalo) de dos formas: aumentando la jornada de trabajo y/o aumentando la productividad, según los análisis científicos de Marx.
Análisis de cuya certeza dan fe los propios capitalistas, razón por la cual no quieren oír hablar de la reducción de jornada. (Hoy se da la paradoja de que hay más marxistas entre los empresarios que entre los obreros, y esto no es una astracanada. El marxismo es como una brújula que sirve para guiarse por la selva de la política, toda brújula tiene además una aguja que apunta al norte, pero, precisamente, por eso sirve también para ir al sur si se quiere. Los trabajadores deben usar a Marx para ir al Norte, no lo hacen y están perdidos en su infortunio, pero la derecha, lista y astuta, usa a Marx e incluso a Lenin, para caminar según los intereses de ellos).
La teoría de que los productos españoles deben ser competitivos en el extranjero es compatible con la reducción de la jornada de trabajo pues lo que por ahí pierde de plusvalía el patrón lo gana gracias a la extraordinaria productividad de las nuevas técnicas.
Amén de que si hay que sacrificar a una sociedad que se sacrifiquen también ellos y acepten ganar algunos millones menos al año.
Esta política, la de reducción de la jornada de trabajo para combatir con coraje el paro, puede crear un rechazo del poder fáctico agrupado en torno al capital, pero entonces y ahí, debe intervenir los que se denomina , que no es otra cosa que la determinación, firme, valiente y revolucionaria de llevar a cabo el programa que pidió la mayoría.
La constitución ampara cualquier medida en defensa de la democracia y de la lucha contra el paro (curiosamente si la Constitución Española de 1978 se aplicara sería una revolución), por lo que el poder fáctico militar estaría obligado a defender dichas medidas. Del poder fáctico eclesiástico nunca se sabría por dónde iba a salir, pero en fin, si se enfrenta al bienestar de los humildes haya él (se condenará).
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