REDUCCIÓN AL ABSURDO
En las ciencias matemáticas hay un método de demostración de teoremas que se llama “método de reducción al absurdo”
Funciona así:
Si tenemos en cuenta que un teorema es una afirmación difícil de creer (es decir, que no es evidente) lo más corriente es que le lleven la contraria quien lo enuncia.
Y esa es la razón por la que el matemático tiene que demostrar “su" teorema, pues de lo contrario no le creerán.
Pues bien, el método de demostración por reducción al absurdo se aplica así:
Alguien dice, por ejemplo: Siempre que ocurre “I”, luego ocurre “U".
Ante esa afirmación la gente se muestra escéptica, no se la cree.
Entonces, para demostrarla, se actúa así: gentilmente (es un método muy educado) se le da la razón al que nos lleva la contraria... y a partir de ahí se aplican los principios de la lógica, hasta que se desemboca en un absurdo.
Entonces, si dándole la razón al que niega la verdad del teorema se llega a un absurdo es que el teorema (la afirmación) era correcta.
Por este método, que se recomienda sea usado en muchos situaciones de la vida no matemática, se va a demostrar ahora el siguiente teorema:
"El responsable el Gobierno, mientras existieron los GAL, fue el responsable de los GAL".
Ante esta afirmación, aparecen gentes que no la creen o dudan de su veracidad.
Demostremos que están en un error y demostrémoslo por el método de reducción al absurdo.
Para ello lo que hay que hacer es darles la razón y ver que dándoles la razón se llega a un absurdo, luego no tienen razón.
Dicen los que niegan el teorema:
"No, F. G. no es la X de los GAL porque él ha dicho que no lo es"...
Vale, pero pensemos... Si fuera el señor X, quien cree que al preguntarle Gabilondo en la tele: "Señor González, ¿es usted el Señor X?", iba a contestar... '`Pues sí, confieso, soy el señor X".
Nadie puede creer eso, porque sería absurdo que actuara así, luego por llegar a un absurdo descubrimos que lo que él diga no tiene validez.
Solo las pruebas tienen validez, las pruebas (en derecho penal) y la lógica (en el piano político, que es el que aquí desarrollamos).
Dicen los que niegan el teorema: "Yo no creo a dos convictos, confesos y condenados, como Amedo y Domínguez".
Déseles la razón a estos descreídos.. Pero si Amedo y Domínguez no pueden ser creídos por estar condenados y no haber hablado antes, entonces es que no creemos que la estancia en las cárceles sirva para todo eso de reinsertar al delincuente, de hacerle ver las cosas de otra manera y de que cambie, de hacer que se arrepienta de lo hecho".
Y si es así, que no cabe el arrepentimiento de ningún delincuente, ni su "cambio", entonces ¿por qué se les deja salir de la cárcel?
Es un absurdo no creer que la prisión pueda tener un efecto positivo y hacer como si así fuera.
Dicen los que niegan el teorema: Amedo y Domínguez actuaron solos.
Démosles la razón: Entonces nos encontramos ante dos funcionarios ante dos funcionarios que por amor a la Patria han sacrificado sus ahorros y se han jugado su puesto de trabajo, e incluso la libertad, y todo ello ¿A cambio de qué?
De nada (ni siquiera del reconocimiento social) puesto que aunque hubieran acabado con el terrorismo ¡nunca podrían contarlo!... porque acabarían en la cárcel al ser su comportamiento ileGAL. Un absurdo.
Dicen los que niegan el teorema: "Bueno, puede que los responsables del Ministerio del Interior hayan tenido que ver, pero lo han hecho por España, y el Presidente del Gobierno no sabía nada".
Démosles la razón. Un pez gordo (muy gordo tuvo que ser) decide acabar con el terrorismo al margen de la ley, sin que lo supieran sus superiores.
Pero entonces estamos ante una persona que emprende una actuación ilegal, en pos de una misión que de llegar a buen puerto, no va a poder utilizar para ascender, puesto que tiene que ocultarla, y no sólo eso, tiene que ocultarla y sin embargo necesita la colaboración de muchos, muchos de sus inferiores, que podrían, al menos uno, fallarle.
¿Quién haría eso viviendo en Madrid y sin sentir el terrorismo en propia carne?
Desembocamos pues en otro absurdo.
Dicen los que niegan el teorema: "Esto es una venganza de Garzón (el juez), porque no le hicieron ministro".
Démosles la razón. Estamos entonces ante una persona que, sólo por venganza, se está enfrentando a fuerzas ocultas y poderosas —parte del Estado—, y está inventándose pruebas (recordemos los escritos de los comunicados de los GAL), invenciones que pueden llevarle a la cartel si se descubre su falsedad, además de hacerle perder su carrera.
Sería la suya pues una venganza estúpida, dado que corre más riesgos de los prudentes para lo que tiene de buena una venganza.
Desembocamos pues en un absurdo más.
Dicen los que niegan el teorema: "Lo han hecho Amedo y Domínguez pagados por empresarios vascos".
Démosles la razón. Entonces estamos ante unos señores con dinero, que han contratado con dinero a policías para hacer algo ilegal, y encima los policías han tenido que subcontratar rufianes y delincuentes.
Absurdo; les hubiera sido más rentable y menos peligroso ante la ley, contratar ellos directamente a los mercenarios.
Dicen los que niegan el teorema: "Eso del GAL es un lio tremendo, lo único claro es que Felipe González es inocente".
Démosles la razón. Felipe es inocente y no sabía nada de los GAL, ni de Filesa, ni de Juan Guerra, ni de Mariano Rubio, ni de Luis Roldan, ni de su cuñado Palomino, ni de lo de Renfe, ni lo del BOE, ni de los enchufes en masa —cambiando los exámenes— en favor de afiliados de PSOE y UGT en el País Vasco, ni de esto, ni de lo otro, ni de lo de más allá.
Es decir es el único bueno, honrado e inocente, es el único inocente en un mundo que le rodea lleno de presuntos.
Un absurdo. Lo lógico es pensar que él también es un presunto.
Un presunto inocente claro, porque no ha sido condenado, pero presunto y no olvidemos que en la sociedad entre los inocentes y los culpables están los presuntos, lo que antes se llamaban sospechosos.
Matemáticamente sin embargo parece culpable político, aunque solo dijera la célebre frase:
"Haced todo lo que sea necesario para acabar con esos canallas, pero que yo no me entere".
FRANCISCO MOLINA. La Opinión de Zamora. 20 de Febrero de 1995
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