DESERCIÓN
Como la gente (al menos a los mas) no le gusta ir a la guerra, los que las declaraban, tuvieron que inventar amenazas y castigos para que así todos quisieran lo que no querían.
La amenazas sociales de hacer sentir al cobarde que lo era, de hacer creer que la valentía es matar y ser matado y eso es algo positivo, e incluso, la más sutil amenaza, la de estar ex-puesto al vacio social por no ser un patriota, ha hecho que nacieran “muchos voluntarios” para aceptar la lucha (hoy en día, el ser-vicio militar).
Por si las moscas, el Poder (que necesita, de cuando en cuando, alguien que mate por él) estableció penas para el que no hiciera la mili.
(El servicio social sustitutorio es más largo que el estar “para arriba y para bajo con el fusil al hombro”, luego penaliza).
Hasta nuestros días, el “homo sapiens”, no ejerció de tal y el mecanismo funcionó: hubo guerras para todos los gustos, porque hubo personas que aceptaron matar y morir (por otros).
La deserción era el peor delito de todos los posibles porque claro:
Que alguien se niegue a morir y matar puede ser contagioso y entonces si no hay valientes que le hagan, al poder, la tarea. sucia (sucia tarea es matar), se acabo el negocio.
Por una cuestión tan trivial es por la cual, la deserción, en época de guerra, llegó a estar castigada con la pena de muerte.
La cosa era lógica: si siendo pacífico te mataban seguro, era preferible ser violento y a ver si había suertecilla (hacer carrera en la milicia, o una condecoración, o una pensión de invalidez o una verbena/recibimiento en el pueblo).
Más vale que las cosas cambien deprisa.
En España ha surgido con virulencia el problema (los problemas) que plantea la postura del que (de los que) habiendo “pasado por distintos aros”, al final, dicen, “me planto, ya no quiero jugar con armas” (la guerra no es más que un estúpido juego de adultos).
Naturalmente al gobierno se le estropea el invento, amenaza con aplicar la dura ley, no solo al que deserte sino también al que anime los jóvenes a “huir de la guerra”.
Pero, como muy bien resume el sentir popular, la guerra es la guerra, y en ella todo vale, todo se altera, todo se rompe, “quien siembra vientos recoge tempestades”, y mírese por donde el pacifismo (opción activa por la paz) puede crecer en tal manera que los belicistas van a tener que volver sus armas contra ellos.
No querer matar es bello, no querer morir es natural, luego el no querer ir a ninguna parte, no sólo no debía ser penado, ni castigado, debía, al contrario, ser otro de los derechos humanos.
Toda persona, mujer u hombre, adulta o menor, tendrá derecho a no intervenir en acciones violentas que le supongan matar o morir.
FRANCISCO MOLINA. El Correo de Zamora. 4 de Abril de 1991. Imperecedero
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