martes, 25 de febrero de 2020

CUALQUIERA CON CUALQUIERA


CUALQUIERA CON CUALQUIERA

Allá en la noche de los tiempos, cuando era tan de noche que ni los tiempos existían, las cosas eran así:

La especie humana, como todas las especies, se regía por dos grandes instintos que actuaban en cada uno de sus individuos: el de defensa propia y el de reproducción (ver nota al final del texto).

El instinto de “defensa propia” era (y es) de tal calibre que hasta una madre puede llegar a matar a su propio hijo si lo ve cuchillo en mano tratando de matarla a ella.

En paralelo, en cuanto a importancia e intensidad, está el instinto de reproducción.

Baste recordar lo obvio: La naturaleza ha unido las fuentes del placer a las fuentes de reproducción para así, mediante el atávico instinto de búsqueda del placer se garantice la existencia de embarazos.

Si las fuentes del orgasmo en el hombre y la mujer estuvieran, pongamos por caso, en el lóbulo de la oreja izquierda y las fuentes de reproducción donde de verdad están, la especie humana ya se habría esfumado del planeta por falta de descendientes o por escasez de estos.

Es el placer que proporciona "el acto reproductivo" el cántico de sirena que garantiza la tremenda fuerza del instinto de reproducción. Ahora bien, ese cántico de sirena (el placer) es un cántico a dos voces.

Veamos cuales.

Para entenderlo mejor recordemos cómo se reproducen esas plantas en que el órgano masculino suelta al viento la semilla y ésta, o a través del aire o de los insectos llega al órgano femenino.

El proceso es este: quien suelta la semilla no tiene predilección porque llegue a ningún sujeto femenino determinado y el órgano femenino que recibe la semilla tampoco tiene que esperar las que vienen sólo de tal o cual órgano masculino; le da igual, el caso es “recibir”.

Si repasamos este proceso observamos dos detalles: que el individuo macho se desprende de la semilla sin condiciones de ningún tipo, y la hembra de la especie la recibe sin ningún tipo de condiciones.

Pues bien, esas dos condiciones también se dan, como no podía ser de otra manera, en la especie humana y por tanto tenemos que:

El macho.

El macho tiene una disposición natural a dejar la semilla en cualquier hembra, por lo cual y para estar dotado para esa tarea, resulta necesario que le gustasen todas.

Y por descarado que parezca el planteamiento, es esta la verdad, como se puede comprobar viendo que de ser cierto lo contrario se llega a un absurdo.

En efecto, si a cada hombre solo le gustara "la mujer de su vida", podría ocurrir que ésta viviera en Asia, con lo que es fácil que no la encontrara y se fastidió la reproducción.

Queda pues claro que, allá donde las cosas empezaban, al "homo erectus" le gustaban todas.

La hembra.

Por lo mismo, facilitar la reproducción, tenemos que la disposición de la hembra humana, como su misión era la de recibir la semilla, no puede ser otra que la de, por instinto, estar en condiciones de recibirla de cualquiera.

Es decir, a las hembras les gustaban todos, podían cohabitar con cualquiera.

También esta afirmación, por descarada que parezca, se puede demostrar simplemente comprobando lo absurda que es la tesis de que el amor pinta algo en el asunto, pues si el amor existiera como algo sublime que primero empareja y luego reproduce, “ella” jamás se quedaría embarazada si su príncipe azul estuviera (sin ella saberlo) a diez mil kilómetros de su vida, y claro ella tan selectiva no cumpliría lo que le pedía la especie.

Restos de restos.

Tenemos pues que los hombres tenían una disposición a aparearse con cualquiera y las mujeres una a aceptar a cualquiera.

Por supuesto que hoy somos estúpidamente selectivos (hablaremos de ello en otro artículo), pero todavía tenemos hoy restos que confirman aquello.

Por eso los hombres, "ya se sabe como son" (que dice la gente) y siempre están pensando en lo mismo; por eso los hombres son proclives a la infidelidad, les gustan todas.

Pero es que a las mujeres, también por eso, por aquel pasado remoto no es que les gusten todos, pero están en condiciones de aparearse con cualquiera, es decir le pueden gustar todos.

Y la prueba de que hay restos de aquella generosa disposición está en que hoy en día, ¿qué es lo único que una mujer le exige a un hombre? ¡Que sea tierno!

Es decir no le exige nada, porque ser tierno no es nada. La mujer por instinto solo necesitaría recibir semilla y le da igual que sea de diferentes órganos o siempre del mismo, de ahí su facilidad para ser fiel.

Perdón humano.

Por ello a los hombres hay que perdonarles que hagan tanto el imbécil cambiando, y a las mujeres hay que perdonarles que se enamoren de tanto imbécil sin cambiar.


FRANCISCO MOLINA. La Opinión de Zamora. 15 de Enero de 1997. NOTA: En realidad, no hay instinto de reproducción. Lo que es instinto básico es el instinto de busca de placer sexual (instinto que  da lugar a la reproducción de purita carambola, como se dice en el texto)

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