domingo, 16 de febrero de 2020

No HAY QUINTO MALO




No HAY QUINTO MALO

Dícese “quinto”, a aquel mozo que ha sido llamado a filas, o en castellano más perfecto, “quinto” es el chaval a quien le ha caído el gordo de la mili y le han tallado, llamado y puesto firme.

Lo de la mili (alistamiento a la fuerza o proscripción del latín prosqui, prosca-ramerada) es en sí un acto violento, pues allí no vas por propia voluntad.

Estar  allí es un acto violento como demuestra el testimonio de la inmensa mayoría de los que estuvieron “en ella”, o por si mienten, tómese como testimonio irrefutable el que hay quienes huyen del lugar quitándose la vida.

Como la violencia engendra violencia, es en esa violencia que rodea el hecho del servicio militar obligatorio donde hay que buscar la fuente de otras violencias.

En varios pueblos de esta provincia, (y es de suponer que de otras, por igual motivo) los quintos de “este año” tienen que hacer hombradas (o machadas} o lo que sea, para espantar el miedo a lo desconocido, para demostrarse su valor, para desfogar su violencia, para disfrazar su ternura.

Y para ello: ¿que hay que decapitar pollos?... se decapitan; que hay que desnucar una cabra desde el campanario... se desnuca.

No se trata en estos casos de tradiciones inmemorables, se trata de algo que hacen los quintos del pueblo para subrayar su “tragedia” (o que no pase desapercibida mi situación).

Son entonces, estas costumbres violentas, hijas en el tiempo del invento de la mili (siglo XIX). Y cuando no es así, basta ver que todo nació de otra violencia y el que los quintos la tomen (la tradición violenta) como suya, es un aspecto que confirma todo.

Hace uno o dos años, tras una racha de muertes de reclutas en la mili, el ministerio del ramo dijo que se iban a mejorar las condiciones de vida del soldado ( “porque las de muerte no había quien las mejorara”), añadiría el Carnero Cabrito).

Pues bien es curioso, y también cuestión que confirma la teoría aquí expuesta que a medida que el servicio militar se ha dulcificando, el acto violento de los quintos de turno ha perdido virulencia: la mili dura menos, la caída de la cabra también, pues es recibida en lona a metro o metro veinte del suelo; los oficiales, suboficiales y veteranos ya no son lo que eran, la cabra cae atada por una cuerda; antes la mili estaba ahí, dura y sórdida, pero olvidada, ahora todos los Ojos miran al ejercito; Manganeses, ayer despeñaba el ganado y no existía para nadie, hoy todos vemos la cabra ajena y no vemos la mili patria.

Los quintos de la tierra, contra la violencia de la llamada a filas, se aplican la terapia de la violencia de sus juergas... y seguro (que lo estudien los sicólogos) que les da resultado.

Otros, en vez de tirar una cabra, acaban tirándose un tiro en la cabeza, o tirándose dos años en la cárcel o tirando desesperados a matar a sus compañeros, que todo ello ocurrió en los mismos días: la cabra, los suicidios, los disparos y la cárcel para los insumisos.

Los quintos de Manganeses, deberían llegar a un pacto de Estado: Tu quitas la mili, yo dejo de tirar la cabra.

Lo de la cabra está mal, pero los que lo hacen son inocentes, pues desde que son tallados sufren “enajenación mental transitoria” y matando la cabra no hacen otra cosa que preparar el estomago para cuando, recibiendo órdenes, tengan que matar (siguiendo otra inmemorial tradición) a otros quintos de otro ejercito, o a su novia o a su hijo.


FRANCISCO MOLINA. El Correo de Zamora. Años 90, comienzos, del Siglo XX


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