domingo, 16 de febrero de 2020

SOPAS HASTA EN LA SOPA


SOPAS HASTA EN LA SOPA

DESDE que la última “unidad del destino en lo universal” pasó de ser la patria a ser la empresa (cosas de la economía de mercado) la publicidad y sus misiles (los anuncios) todo lo invaden, todo lo alcanzan, todo lo alteran.

Por supuesto que hay alteraciones positivas. ¿Quién aguantaría la tele, si no fuera porque quedas informado de que “es en las distancias cortas donde te la juegas”, o, lo igualmente importante, de que si no quieres ser una persona “ni fu ni fa, por lo menos Fa”, o mejor aún, que con más quieres tú debes de ir al fin del mundo en cualquier coche.

La publicidad, como las luces en las verbenas, anima.

Mas, ay, ánimas del purgatorio; parece que el papanatismo ante la iniciativa privada puede llegar hasta que los creyentes traguen con videos de Semana Santa con publicidad de ropa interior (¿intercalada?), o Cristos acompañados a sus pies por las Tres Marías, pero siendo estas ahora las celebres galletas (María).

¿Cuánto tardará un ejecutivo agresivo, en nombre de su empresa, en usar el cartel del INRI de la cruz, o en decir que la Verónica lava con aguas del Jordán y por eso no se le borra la faz de su pañuelo al tiempo que permanece limpio?

Pero no sólo tragan las gentes con fe; las amigas y amigos de la estética pueden ir a frotarse los ojos a la Catedral de Zamora, donde verán que, por lo visto, no había mejor sitio para poner los carteles de propaganda del organismo restaurador y de no se sabe que otra cosa, que la mismísima fachada.

La publicidad ha llegado a tal grado de histeria que se utiliza también para anunciar  que “se ha hecho lo que hay que hacer”, y así se observa que los organismos públicos, pagando le dicen a los que pagan, que “se han construido tantos cientos de kilómetros en carreteras, o que como la tierra de uno ninguna, o te desean felices fiestas y tan panchos.

Publicidad, como casi toda, engañosa.

Hay quienes dicen que nos invaden olas de erotismo, o de puritanismo, de belicismo u otras olas; pero desde luego, la ola que invade bien es la de propaganda. Hasta aquí llegó la riada de publicidad de 1991 se podría decir.

Ese hasta aquí corresponde a la Junta de Castilla y León con eso tan cafre de “vamos a hablar de nosotros mismos” corresponde, en horterada, lo de la ropa interior pegada a una procesión (salvo que la procesión fuera de las que van por dentro), y corresponde, en falta de sentido, a poner a medio —cimborrio— dos carteles de auto-bombo.

Pero la marea sigue subiendo y, a la vuelta de la esquina, los cirujanos llevarán (como los tenistas) sus batas llenas de publicidad (probablemente de funerarias: “Paciente, si falleces, recuerda: los mejores servicios “Crematorios El Chicharro.); los profesores, lo mismo (así completaban el sueldo), bata blanca y en ellas mensajes de oro (Si te suspenden no llores, Academia Los Mejores»), o “¿Te aburres en clase?, fúmatela. Falsificamos permisos. Centro de Datos Los Tutores»).

Todo es cuestión de paciencia, pero hasta a los curas les pondrán en la casulla anuncios (“Salpícate con La Pura. Agua bendita embotellada”).

O sea, el acabose; pero acabose el que haya algo que respetar, pues si al fin, por haches o por bes, todo va a ser tomado por el pito del sereno, en base a qué por treinta monedas se puede seguir comprando y vendiendo, cuanto antes se diga menos tiempo se pierde en zarandajas.


FRANCISCO MOLINA. El Correo de Zamora. Comienzos años 90 del Siglo XX. Imperecedero


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