jueves, 20 de febrero de 2020

VÍRGENES



CUANDO el hombre inventa, suele darle a aquello que inventa las cualidades que le parecen más acordes con lo inventado, y por tanto las más acordes con el mensaje que pretende dar con su invento.

Así, en el caso de la Madre de Dios, el hombre quiso que ostentara la más valiosa de las condiciones de la mujer de la época, y por eso determinó que conservara siempre el máximo sello de calidad de la mujer: la virginidad.

Hace mil años era fácil ver, sin necesidad de demostración, que cada pareja se formaba por un hombre, que era el dueño. y una mujer, que era mujer-objeto, porque como un objeto era comprada.

Naturalmente, como el hombre compraba a la mujer, le resultara más o menos cara, solía preferir que el producto fuera de primera mano, es decir que tuviera himen, es decir, que fuera virgen.

Resultaría así que el sobre-precio que tendría una mujer virgen sobre otra que no lo fuera ya, no tendría tanto que ver con la pureza de carácter sexual o el placer de una inauguración, sino que el valor añadido estaría en la pureza mercantil de la mercancía.

Dicha pureza mercantil supondría que quien era virgen reunía dos ventajas como mercancía respecto a otras no vírgenes.

Una era la posibilidad de domarla y hacerla "a su gusto", ya que ser virgen implicaba ser inocente y por tanto moldeable a lo nuevo y a lo que el nuevo amo le indicara.

Téngase en cuenta que poseer una mujer, en cuanto que ser humano, no es como poseer cualquier otro animal y por tanto la doma (la adaptación) ha de ser más sofisticada.

La otra razón para exigir el certificado de virginidad volvería a ser mercantil.

Se trata de obtener algo que en principio podía dar hijos y además, todos, del hombre dueño y señor.

La virginidad hacía que la relación calidad/precio resultara interesante para el comprador.

Una vez constituida la pareja (o el harem, donde la regla de oro es que se pueden tener todas las mujeres que se puedan mantener, es decir, comprar). Pues bien, una vez constituido el matrimonio, la relación es la del amo y el esclavo.

Y así ésta debe trabajar para el señor en todo lo que le ordene. y éste no tienen otra obligación que la de mantener a su propiedad ("mi mujer"), manutención egoísta y sin merito, pues de no ser así, ni podría darle hijos, ni hacer las faenas de la casa, cuando no otras mayores.

Todo esto explica que no exista un sueldo para el ama de casa.

Nunca existió un sueldo para los esclavos. Todo esto explica también que aunque la mujer sea la que mas trabaja, y con diferencia, no conste el trabajo casero como tal, en ninguna parte.

Y todo esto aclara asimismo por qué el hombre sigue trabajando menos que ella en las tareas del hogar, incluso aunque ella trabaje también fuera de casa (esta vez ganando dinero).

Ante todo lo visto se puede aseverar que las reivindicaciones feministas están, sin saberlo, estropeando el invento, y por tanto acertando en la solución, que no es otra que la de romper los contratos bilaterales de compra.

De momento ya es un éxito que la virginidad quede para la Semana Santa.


FRANCISCO MOLINA. La Opinión de Zamora. 14 de Abril de 1998

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