sábado, 1 de febrero de 2020

DEVALUACIÓN CONTINUA


DEVALUACIÓN CONTINUA

Si Mayo es el mes de las flores para los románticos, para los estudiantes es, no cabe duda, el mes de las calabazas, o al menos aquel en el que se fraguan.

Así que hablemos de la enseñanza que lo pide el cuerpo (social).

«Todo plan de estudios tiene una cosa buena y otra mala. La mala es que acaba siendo peor que el anterior y la buena es que resultará mejor que el siguiente”

El Plan de Estudios que ahora sufren (¿existe mejor palabra?) los escolares en mayor a menor grado nació en 1970.

Consistió en hacer la enseñanza obligatoria hasta los 14 años (EGB) y en ofrecer dos caminos a quien quiera seguir (FO o BUP).

Eso fue lo distinto al plan anterior (lo demás palabrería).

Pero lo chocante (de shock, choque, sacudida) fue lo que se llamó “evaluación continua”.

Consistía el invento en que así se suprimían los exámenes y el profesor «juzgaba a ojo» al alumno a lo largo del curso, mediante la observación de su progresión, dedicación y consecución de objetivos.

 Se convertía de esta manera la evaluación continua en la frase mágica, en el «Ábrete sésamo», que permitiría el paso a las aulas del paraíso.

Todas las familias saben hoy si ya no hay exámenes, o pruebas o controles (en esto de la enseñanza hay como un ensañamiento en cambiar el nombre de las cosas, véase sino la nomenclatura de la reforma que viene).

Exámenes sigue habiendo y ¡menos mal que los hay!, porque de lo contrario tal y como están las cosas el “fracaso  escolar”  de ahora, por comparación, habría que considerarlo un «triunfo escolar» frente a lo que ocurriría sin exámenes.

Sí, sí, como se oye.

Si actualmente no hubiera para la alumna o el alumno la posibilidad de salvar el tipo en una antipática prueba, muchos de los que al final aprueban tendrían que ser suspendidos por evaluación continua.

Y es que la historia se escribe así:

Cualquier alumno está, por culpa del sistema, sometido a la atención de demasiadas asignaturas; encima cada una de ellas está sobrecargada de temas y para colmo, al “sujeto paciente” se le tiene sujeto y paciente, atado a una silla, excesivo número de horas.

Claro, ante esta situación no hay guapa, ni guapo,  que vaya al día, es decir que controle en cada jornada lo que le están explicando.

Consecuencia, como pierde el ritmo, llega cada vez a más clases «sin saber por dónde se anda», con lo que si se le juzgara todos los días (evaluación continua) tendría que ser condenado vez tras vez.

El fracaso escolar se tiene que definir como lo contrario a lo que se desea.

No hay fracaso escolar cuando, primero se aprueba y segundo se aprende (sí, en ese orden; para qué nos vamos a engañar).

Pero al pretender llenar la cabeza de los estudiantes de tantos y tan variados conocimientos resulta que en vez de darles la alegría del saber los arroñamos (los hundimos), produciéndoles el sinsabor del fracaso y su consecuencia el pasotismo.

Estudian poco en defensa propia (la naturaleza es sabia y esquiva lo imposible).

Ahora surge una Reforma de las Enseñanzas, pero nadie ha hablado del espíritu de tal cambio.

Si no se les reduce a los estudiantes el número de horas de clase, el número de asignaturas y los temas de cada una, riámonos de lo que viene, que será lo de siempre pero afectando a más gente (por ser los estudios obligatorios hasta los 16 años)

Por cierto, ¿no es elemental que la enseñanza obligatoria tiene que ser asequible a todos pues no hay ningún derecho a obligar a nadie a enfrentarse a sus incapacidades?.

Temor a que todo siga como está hay, y se basa en que se van a cambiar muchas cosas de nombre, síntoma tradicional de que lo esencial seguirá igual.

También se habla mucho de reciclaje y perfeccionamiento del profesorado.

Posiblemente se tratará de sesiones continuas de lavados de cerebro, porque desde luego el profesor y su preparación nada tienen que ver con el fracaso escolar, y sí más bien al contrario, el dedicado a la enseñanza al final se ve sobrado-de-conocimientos porque «no le sigue nadie»...

España es uno de los pocos países que no cuenta con centros especiales para niños superdotados. La explicación es sencilla, aquí, a todos los niños los tratamos como a superdotados.


FRANCISCO MOLINA MARTÍNEZ. Profesor y escritor. Publicado en El Norte de Castilla el 17 de Mayo de 1989

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