domingo, 2 de febrero de 2020

VIVA EL EGOISMO

VIVA EL EGOISMO

Mucho está gozando mucha gente con esto de que es el fin de los dogmátismos (se refieren a que las ideas de la izquierda parece que están saltando, una a una y todas por los aires).

Queda demostrado, se dice, que todos los dogmáticos son malos, que gente de fiar y gente de desconfiar hay en todas partes: que lo que hay que hacer es respetar, añaden, al individuo y patatín, patatán.

A todo esto lo que antes constituyó «la progresía» se está convirtiendo en “estatua de sal” (miran hacia atrás y les han creado tal complejo de culpa que se sienten luciferes en persona).

No se debe despreciar, desde el punto de vista de la especie (ecología pura), a tantas personas que unidas a las pequeñas e insalvables mezquindades del ser humano, llevan consigo un corazón utópico, una voluntad de titanes y una valentía a prueba de balas.

Toda esa potencia de creación, de dinamismo y de entrega debe seguir viva, buscar un objetivo y ponerse a resolvérselo.

Como este tipo de seres humanos siempre han luchado contra corriente es hora de que «no se les pida demasiado», es hora de que ellos mismos pongan su nave enfilada hacia las playas con puestas de sol en vez de contra los arrecifes batidos por la tempestad.

Un buen fin para abordar ahora es el de, exacto, ¡acabar con todos los dogmas!: porque damas y caballeros, todavía hay demasiados «preceptos atosigantes>> en la sociedad, como para andarse con zarandajas.

Uno de los dogmas, inventado por el poder, ¡como todos!, es el de que el egoísmo es malo.

Puesto que el egoísmo es inherente al ser humano (como el deseo de placer vía sexo), si se asume que es un sentimiento negativo la mente (el alma) acaba atormentada, acomplejada con mal complejo y por tanto pasiva, o a lo sumo funcionando a espasmos, a golpes de histeria, en vez de hacerlo de una manera natural y no traumática.

La izquierda siempre ha predicado la solidaridad como un valor superior al egoísmo y tal vez por ello se encuentra con la sorpresa de que «los pueblos no aprecian su trabajo» («las masas están embrutecidas, ¿cómo pueden rechazar a los que nos dejamos la piel por ellas». se dicen los revolucionarios).

Un buen navegante a vela no es el que consigue mayor velocidad cuando el viento le sopla en popa, lo es aquel que precisamente sabe sacar partido al viento, sople de donde sople.

El egoísmo, como concepto e instinto, no sopla a la nave de los utópicos desde atrás. La solidaridad por contra sí lo hace.

Pero ¡los vientos de la solidaridad están en calma chicha!

En esta sociedad competitiva, de sálvese quien pueda, de querer tener más por un lado y que los próximos tengan menos, del ahí te pudras que el tiempo es oro ¡oro! y no puedo perder ni un minuto, en esta selva virgen, la solidaridad, para la gente, supone un sacrificio.

Lúchese por sacar a la gente del error, no se es un egoísta como Dios manda si no se busca la solución total.

El egoísmo del pobre de mente le lleva a la utopía de creer que él sólo va a resolver todos sus problemas.

Nada más imposible ni más falso.

¿Puede alguien ser egoísta a tope si no es a través de la solidaridad y la unión?

No, el egoísmo que no pase por las soluciones colectivas es «pan para hoy y hambre para mañana».

La solidaridad es el egoísmo inteligente.


FRANCISCO MOLINA. Publicado en El Norte de Castilla el 2 de Abril de 1990


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